Había una vez un
circo,
con piratas,
malabaristas y hulahop-eras;
infladoras y
pinchadoras de globos;
magas del arroz y la
harina;
camaleónicas figuras
humanas.
Pero lo que nadie allí
se imaginaba,
es que se confabulaba
una revolución.
Cada una con su nariz
roja,
con su particular
payasa,
pasando de juicios o
aplausos,
en su propia función,
creándola en silencio.
Y aun dentro del caos,
divirtiéndose,
como esas sonrisas,
que se deslizaban por las
cuestas a toda velocidad.
Había una vez un circo,
que alegraba siempre el corazón,
que alegraba la revolución.